Hay un día de la semana, que me vuelvo caminando después de dejar a mi hija en la escuela. Hoy es un día con mucha neblina, con poca gente en la calle y yo me detuve en la estación de trenes a ver la imagen. Un día con neblina muchas veces “pinta” para la nostalgia, a mí solo me “pintó” para la reflexión.
Cuando era pequeño, quería ser grande, para tener esa seguridad que yo percibía en mis padres o en la gente adulta. Hoy sé que esa percepción era una ilusión, pero seguramente era lo que necesitaba como niño para no sentir miedo. Ahora quiero ser muchas cosas, pero… ¿quién me garantiza que lo que deseo y/o percibo no es también una ilusión? Lo que deseo también sé que es una paradoja… tener más conocimientos, más seguridades y que no pase el tiempo.
No tengo la formación que debería tener para comprender en su totalidad el concepto de tiempo… pero ¿quién la tiene? De cualquier manera, mi pequeño intelecto me permite tomar noción de que es, un recurso escaso y que muchas veces lo he derrochado cual Highlander. Acabo de cumplir 42 años y muy probablemente ya haya pasado el punto medio de mi historia. Debo aprender a utilizar mejor mí tiempo… a disfrutarlo más.
La mayoría del tiempo, las cosas desconocidas o los cambios, dan miedo y el miedo paraliza; se necesita valentía para estar en movimiento.
Muchas veces me he fijado objetivos tan estrictos, lejanos y difíciles de conseguir que producían una paralización por frustración. Aunque paradójicamente los objetivos elevados y también difíciles de conseguir nos ayudan a estar en movimiento, a seguir adelante.
Independientemente de los logros, o de las paradas circunstanciales, debemos seguir en movimiento, porque el movimiento es vida.